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Zapatero, a tus zapatos: la edición sin editores

A finales del siglo xix, con la conformación de tertulias intelectuales y salones literarios, se impulsó lo que durante muchas décadas se ha denominado como ‘edición de autor’, esto es, la publicación de libros financiada por el propio autor o grupo de coautores, quienes asumen también la difusión de dichas obras. Vinculada a esta tradición, en los últimos decenios ha surgido una modalidad específica para los autores académicos, a quienes, en sus respectivas instituciones de docencia e investigación, se les exige publicar regularmente, como prueba de eficiencia y productividad.

En respuesta a lo anterior han surgido empresas que les brindan el servicio de publicación, pero sólo en términos de “autodiseño” tipográfico, por llamarlo de algún modo, y de producir y enviarle al autor unos cuantos ejemplares para que él los promueva y justifique su estancia en determinada institución académica. En otros casos, hay en el ámbito editorial quienes consideran que los procesos habituales de revisión, verificación de datos o informaciones, revisión de citas textuales y referencias bibliográficas, así como la participación y labor de los demás profesionales del quehacer editorial, representan un tiempo y trabajo superfluos, innecesarios para determinadas obras, y que sólo retrasan la pronta difusión de las mismas, por lo que basta que sólo algunos otros autores académicos opinen o convaliden dichos textos ya publicados.

Quienes así piensan y proceden, desconocen o soslayan el porqué de cada una de las fases y funciones del ser y quehacer editorial en general, y de la edición académica en particular, pues en una y otra se consuman diversos ámbitos garantes de calidad y también de proyección de un libro publicado. Tal vez el notable editor André Schiffrin incluiría, actualmente, este caso en su célebre libro La edición sin editores. Y, al respecto, no está mal recordar aquella anécdota del antiguo pintor griego Apeles, quien fue criticado por un zapatero respecto de la forma de una sandalia que portaba una persona plasmada por Apeles en su cuadro. El artista, considerando los comentarios del experto en calzado, corrigió ese detalle de su pintura. Tiempo después, el zapatero, al advertir dicho cambio en el lienzo, comenzó a opinar sobre anatomía y otros aspectos de la obra, ante lo cual, Apeles zanjó su alocución diciéndole: “zapatero, a tus zapatos”.

 

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