Pie de página

Los promotores de la lectura: coadyuvantes en la viveza de los textos

A lo largo de la historia se han desarrollado tres tipos de lectura, a saber, oral, murmurante y silenciosa. Las tres han coexistido durante siglos, aunque la más antigua es la oral, pues ya desde la Antigüedad grecolatina era la predominante incluso cuando se leía a solas. Por entonces, los lectores enfrentaban los textos como si fuesen una partitura musical que había que descifrar y darle vida, esto es, darle voz, existencia o palabra en tanto mensaje comunicativo.

Este tipo de lectura subsistió durante el Medievo, el Renacimiento y hasta los siglos xviii y xix tanto en los palacios cortesanos como en las casas particulares, donde se reunían familiares o amigos para leer novelas de caballerías u otro tipo de obras que eran de interés común y de las cuales sólo uno de ellos poseía un ejemplar que compartía mediante la lectura en voz alta. Paralelamente, los actores de teatro de la comedia palatina, en el Siglo de Oro español, realizaban ensayos en los que efectuaban una lectura dramatizada, y es quizá de esta práctica y tradición teatral de donde proviene la figura contemporánea de los actuales narradores orales, quienes se han profesionalizado en las últimas décadas. No basta, en su formación, con desarrollar el dominio de la modulación vocal, de saber dónde imprimir un mayor énfasis a una palabra o frase, o en qué punto del texto alargar una pausa, sino también, para sus presentaciones ante un auditorio, requieren desarrollar un cierto grado de presencia escénica, saber cómo y cuándo mirar al público, elegir bien cada uno de sus movimientos corporales, de sus gestos y ademanes para atrapar el interés de quienes los escuchan y observan. Aunado a ello, han de ser estupendos lectores, intensivos y extensivos, para desentrañar el texto que leen, en una experiencia íntima y solitaria, y transformarla en un acto generoso de convite, orientación hermenéutica y goce estético. De algún modo, son herederos de los grandes juglares del Medievo que no sólo contribuyen a formar escuchas que se volverán lectores, si no es que ya lo son. Y al igual que los demás profesionales del quehacer editorial, constituyen una valiosa instancia mediadora y orientadora entre el autor y su texto, y sus lectores posibles, potenciales e idóneos.

 

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