Pie de página

La supuesta “curaduría editorial”, un odre sintético para un vino de antaño

Hace algunas décadas, en el ámbito de la historia del arte y la museografía se popularizó internacionalmente el concepto y el vocablo curaduría, proveniente de la voz italiana cura, que significa “cuidado”. A su vez, dicha palabra proviene del latín curare, que significa “tener cuidado” u “ocuparse” de algo, y, también, “atender o ejecutar”. En la actualidad, referido a la museografía, alude al trabajo de quien selecciona las pinturas, esculturas u otras obras visuales y define su montaje como exposición, en esa propuesta de un discurso museográfico o de galerías de arte, en aras de lograr un discurso y experiencia específicos para el espectador.

Tal vocablo también se emplea, desde hace mucho, en el quehacer editorial italiano para indicar el cuidado de la edición o el trabajo académico-editorial de una obra transformada en libro. No obstante, personajes de la edición como Michael Bhaskar lo han aplicado para definir su labor, aludiendo a esos significados que dicha palabra tiene en el quehacer museográfico y galerístico, arraigado en la historia y la crítica recientes de las artes visuales.

Sin embargo, aplicar el término de curadoría al quehacer editorial, aunque suena novedoso y pomposo, pues se refiere --en las propias palabras del profesional antedicho-- al “filtrado y amplificación” de obras transformadas en publicaciones, remite, sencillamente, a lo que ha tenido nombre y descripción desde hace mucho tiempo (al menos, dos siglos); esto es, la gestión editorial, la conformación del catálogo y el cuidado de la edición de esas obras publicadas.

Tal función tiene antiguos nombres en las diversas lenguas del mundo. En inglés, por ejemplo, la efectúa el editor; en el mundo francófono la realiza el éditeur; en italiano, a tal profesional se le denomina editore; los germánicos lo llaman Verleger; los lusobrasileños, al igual que los catalanes y los hispanohablantes, lo nombramos como editor, aunque varía la prosodia en cada lengua; en español, también se le conoce como editor-redactor. Y es elocuente, respecto de esta última denominación, que en ruso se le designa como ried’áktor.

Con las nuevas tecnologías y procedimientos editoriales, se ha incrementado el recurrir a vocablos y términos de otras disciplinas pretendiendo, con ello, mostrar como novedoso lo que ha existido desde hace siglos. Es un afán de mostrarse como la vanguardia en estos tiempos de cambios constantes respecto del libro y la lectura. Pero en realidad es vino antiguo en odres aparentemente nuevos, a pesar de que son los mismos odres viejos con el mismo buen vino de antaño.

 

Esta columna apareció en