Hipertexto

Camilo Ayala Ochoa

Camilo Ayala
Historiador, editor y escritor.
Fundador del Banco de Información de Historia Contemporánea del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
La edición como peligro

“Un editor debe tener la impresión de que siempre está en peligro”, recuerda haber escuchado Jesús Marchamalo. Me gusta la figura del perpetuo sorteo como cinética de la edición. Los editores sorteamos azares, obstáculos y propias imitaciones, hay que estar alerta, en vela y desconfiar incluso de uno mismo para leer, releer y cotejar, para repasar cotizaciones y transacciones, para volver a revisar lo ya revisado. En el mundo de los libros todo siempre puede ser mejor, el mundo editorial está tejido de bravura, uno decide ser parte de un equipo editor y va escogiendo las andaduras de sus proyectos, hay decisión editorial, no sólo a rehusar un proyecto o apostar por él para leerlo, sortearlo o editarlo. Se escoge, entre muchos elementos, el formato del libro, el diseño, la familia tipográfica, la portada, la imprenta, el número de tintas, el acabado, la fecha de lanzamiento editorial y los puntos de venta. El filósofo Epicteto, vivía en ataraxia, o tranquilidad de espíritu, la imperturbable actitud de quien acepta de buena gana las circunstancias de la vida, para él era inútil la queja y aun así decía que un barco no debería navegar con una sola ancla ni la vida con una sola esperanza. Ante las responsabilidades del texto y el sello editor, no es posible bajar la guardia, pero, en la medida que avanzan las arrugas y se acorta la vista, las decisiones son más costosas porque la experiencia nos vuelve cautos. Hay algunos editores que pierden el coraje y se vuelven medrosos y lo saben los autores, lo colaboradores, los libreros y los lectores, huelen temor cuando eso ocurre, cuando las dudas nos embrollan y paralizan, cuando se nos hiela el corazón, cuando se ha perdido el oficio, hay que dejar el espacio a otros, periódicamente debemos revisar esto. Decía Emilia Ferreiro, que no entendemos el papel de los lectores y los concebimos sólo como decodificadores. Pues bien, tampoco comprendemos el papel de los editores, si lo reducimos a sólo rellenar con texto una caja tipográfica.

 

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