Al margen

Desafíos

La feria resulta un desafío. Como se desprende de la entrevista con Díez Canedo, poner en marcha una feria supone, en primer lugar, reconocer el amplio calendario de ferias, encontrar el momento justo para no competir con otras ya consolidadas y, evidentemente, establecer cuál es el aporte distintivo para el mundo editorial. La especificidad, en este caso, radica en el perfil universitario de quien y a quienes convoca. 

La feria siempre es una excusa. Si bien es cierto que la feria tiene por objeto visibilizar la producción especializada de los catálogos universitarios, la feria es, fundamentalmente, un espacio de encuentro. Encuentro entre editores, autores y lectores. Profesionales de la producción editorial y de los que participan en los distintos momentos de la vida del libro, desde que entra a imprenta hasta que se difunde y consume.

Abrir un espacio de reflexión entre profesionales de la edición universitaria, donde la dimensión comercial queda, entre comillas, relegada, implica ir más allá de los clásicos problemas de las editoriales universitarias. Ir más allá no significa dejar de atender los problemas históricos en torno a la circulación y distribución de lo mucho que producen, sino pensarlos desde otro lado. Implica repensar la edición en su conjunto, anudada a las nuevas formas de producción, circulación/acceso y problematización del conocimiento generado. 

La edición universitaria, pensando en libros y en publicaciones periódicas, es un espacio fundamental para garantizar la puesta en común y la discusión de los resultados de investigación, a la postre la naturaleza misma de la generación del conocimiento, ya sea en el ámbito de las ciencias naturales como de las ciencias sociales y las humanidades. En tal sentido, a diferencia de las angustias y ansiedades que genera el libro digital para las editoriales comerciales, la digitalización ha subrayado el papel del editor en el proceso de generación de conocimiento. Pero ahora el problema ya no es la distribución, sino el acceso. 

En este marco, apuntaré dos fenómenos en torno a los cuales es necesario reflexionar. Por un lado, las publicaciones universitarias tienen el desafío de abrirse paso en una red donde sobreabunda la información. Ante esto, los procesos de evaluación constituyen una garantía de calidad, al mismo tiempo que alimentan una compleja maquinaria que pasa por los metadatos con los que etiquetamos a las publicaciones, los sistemas de indexación, las bases de datos, los accesos abiertos o restringidos, y un largo etcétera que deben ser contemplados desde el momento mismo de la producción de los contenidos. Por otra parte, resultan evidente las dificultades que este proceso entraña para que la edición universitaria se desplace del monomedia al multimedia o a la lógica transmedia.

Que la palabra escrita siga reinando en los procesos editoriales universitarios nos habla más de las resistencias del sistema y sus actores, que de los públicos de las nuevas generaciones, ávidos de participar en el juego ya no sólo como receptores de información sino en la producción y expansión de los contenidos. De esos y otros desafíos está hecha la feria y el mundo al que se enfrentan los editores y, en un sentido más amplio, las propias universidades.