Blanco y negro

Diálogos intertextuales con Lourdes Morán (1959-2019)

Qué gusto me da escuchar esta charla, porque de alguna manera confirma que el camino por el que llegué a la lectura fue circunstancialmente el correcto y por supuesto que hago la precisión: fue mi camino correcto, hay muchos caminos. Efectivamente no hay recetas para la formación de lectores. Como algunos niños, no todos gozaron lamentablemente de ese privilegio, todas las noches mi mamá me leía un cuento o un fragmento de un texto de alguna revista o diario, estoy seguro que la buena entonación en la lectura contribuyó a despertar mi interés por la misma, incluso, mis primeras apreciaciones críticas como voraz escucha de mi madre. Me explico, leía tan bien mi mamá en voz alta que recuerdo que si algo no me gustaba le pedía que me leyera otra cosa, porque “eso” me aburría y desde luego que lo hacía, es decir, el placer crítico por la lectura surgió desde antes de que empezara a leer. Aunque por la primaria pasé por esas desastrosas experiencias, platicadas aquí sobre la obligatoriedad de la lectura de ciertos textos, todavía cuando iba en cuarto de primaria, mi mamá me seguía leyendo por las noches. 

Claro, a veces no llegaba al segundo párrafo y caía abatida por el sueño, más de una ocasión le retiraba el libro de las manos y continuaba yo los viajes en silencio. Se habló de El Principito, cuando iba en secundaria, una maestra de español que tenía un método muy curioso de repartir lectura escrutaba el rostro del alumno y decía algo más o menos así “tú tienes cara para leer la Suave patria, tú de leer al Diario de Ana Frank”, a mí me vio cara de leer El principito, que desde luego lo sigo odiando. Lo relevante de esta anécdota con la que quiero concluir es que cuando se acercó a mi amigo Carlos Lezama, la maestra hizo un gesto egregio y comentó algo más o menos así “uy tú tienes cara de leer La tumba”, cuando le expliqué la experiencia a mi mamá, fue a su librero, sacó la novela de José Agustín y la puso entre mis manos, hasta la fecha seguimos intercambiando libros, opiniones y lecturas, estoy muy agradecido con ella y en efecto, no hay recetas para llegar a ser un buen lector, pero yo encontré uno de mis principios en el placer y en el amor, desde luego de mi familia.1

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1 Este texto tiene una suerte de primera edición en el comentario para el programa 133, que tuvo de invitada a Rosa María Rojas Montes, de hecho en ese comentario refiero la misma experiencia a textos previos. En esta segunda exposición formal del texto (algo así como su segunda edición) puede encontrarse una continuidad que privilegia el afecto. Es decir, hubo exposiciones previas, diálogos intertextuales de una experiencia que fue germinal y comunicante. En el primer comentario afirmo con certeza que ya había leído a El Principito y por eso pude adentrarme en la novela de Agustín, pero aquí ya no lo afirmo con tanta seguridad. Es posible que me lo haya leído mi madre y al volverlo a releer para el examen tuve otro acercamiento. Tampoco es gratuito que haya elegido seguir rememorando mi experiencia germinal en este diálogo con la admirada Lourdes Morán.

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